359. Gato vigilante

Los gatos negros han venido al mundo para vigilarnos. Pero vigilarnos como ángeles de la guarda, no como policías o enfermeros de psiquiárico, aunque no son pocas las veces en que los gatos negros opinan que estamos verdaderamente locos.
Por ejemplo, Siro, ese gato ya famoso en este blog y cuyo portafolio fotográfico crece día a día, espera siempre a que yo me siente a la mesa a comer para dedicarse a engullir sus pepitas alimenticias de pollo deshidratado; hasta que no se asegura de que yo me procuro alimento, él no se está quieto. Y me llama, y me reclama, y choca su cabeza contra mi pierna, como empujándome hacia el desayuno. Cualquiera podría pensar que se trata de la actitud egoísta propia de los felinos hambrientos, pero yo sé que Siro lo que quiere es cuidarnos, como corresponde a todos los gatos negros del mundo, que para eso han venido a la tierra. Como bien lo demuestra Neil Gaiman en su Criaturas de la noche, un esclarecedeor documento para saber de qué nos protegen los gatos oscuros y por qué la cultura popular los relaciona con el demonio y la mala suerte, como si el diablo y el hado tuvieran algo que ver. Como no sea por parentesco a través del señor del sueño y Calíope, no sé cómo.

358. Huesos correctos

No sé por qué, pero los buenos sentimientos y las buenas intenciones en la televisión me parecen que tienen truco. Hay algo de trampa cuando un personaje le dice a otro has hecho lo correcto, cuando en realidad ha frustrado lo estético. No sé si se trata de que el bien es intrínsecamente cursi, o que no nos creemos nunca que un personaje sea bueno, bueno, bueno. Los estereotipos de 'el muchacho', 'la novia', 'el acreedor', 'el delincuente' siguen en nuestras cabezas, y siempre esperamos que los de las series sean personajes tan humanos como Edmond Dantès, tan fracasados como Arturo Bandini. O, si se va a ser malo, al menos que sea de manera telúrica, como doña Bárbara cuando está a punto de matar a Santos Luzardo y no puede porque ve en su hija la muchacha inocente que ella fue -y entonces se deja tragar por la naturaleza.
Veo Bones con mucho placer, pero me incomoda el tufillo políticamente correcto que al final exhala, a pesar de que la asocial doctora trate a un enano como a un funcionario y no como a un ser más débil que ella, y que 'la mala' de la serie sea una persona de color, que es como decir que es azul, verde, roja, violeta pero nunca lo que todo el mundo piensa, negra. Pero no es mala Cam; es humana y está enamorada del mismo hombre que la prota, así que está fuñía. No se vista que no va, aunque a Booth le guste retozar con ella en la cama, cosa que no he visto que haga con Bones -porque es la prota y el amor y lo correcto y el compromiso y la protestante american way of life-. Lo mismo que Angela y el rizos: sólo besitos, nada de tocamientos que para eso está la 'mala', que usa su cuerpo para escándalo de las escrituras. Uf, es agotadora la vaina, la verdad.
A mí me siguen gustando los casos que se plantean y cómo los resuelven, pero cuando se ponen hollywood-protestantes me levanto y me voy a buscar un yogurt, que al menos los griegos conocen el concepto de cremoso.
En fin, el arte es implacable y no tolera concesiones no solicitadas. Una pena tanta hipocresía bien hecha enlatada en la caja tonta. Uno se divierte; pero de vez en cuando hace falta pensar en esto. Porque la tontería -como la ignorancia- se acumula.

357. "¿Por qué leer a Le Clézio...



...cuando las editoriales españolas finalmente inunden nuestras librerías de traducciones apresuradas?", se pregunta Albinson Linares hoy en El Nacional, cosa que me parece de lo más lógica, porque en la vorágine que es la industria editorial española pululan desde hace tiempo piratas que se hacen llamar traductores que, por cobrar rápido y hacer mucho, se lanzan en caída libre, buscando el vocablo fácil -e incierto- que el traductor de Google ofrece. Es una vergüenza a veces lo mal que están las traducciones, y ya es de dominio público que hay que estar muy pendientes de ellas a la hora de comprar una edición. Al parecer, estos seudo tradittores no conocen Decir casi lo mismo de Umberto Eco, que, si no, se morirían de pena y deshonra. De todas maneras, pueden leer aquí, el inicio de una de las novelas ya publicadas del nuevo premio Nóbel, JMG Le Clézio, cuyas primeras líneas no defraudan:
Cuando tenía seis o siete años, me raptaron. En realidad no me acuerdo muy bien de cómo fue, porque era demasiado pequeña y todo lo que he vivido después ha borrado ese recuerdo. Es más bien como un sueño, como una pesadilla lejana, terrible, que se me repite algunas noches y me deja alterada durante todo el día. Hay una calle blanca por el resplandor del sol, polvorienta y va-cía, el cielo azul, el grito desgarrador de un pájaro negro y, de pronto, unas manos de hombre me arrojan al fondo de un gran saco y me ahogo. Lalla Asma fue quien me compró

©El cuaderno de Taganga, 2005, 2006, 2007, 2008
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